sábado, 9 de enero de 2010

Erase que se era 4

Los enemigos del anterior régimen ocuparon el poder, que el buen gobierno les era indiferente.








 Los símbolos patrios fueron arrinconados, sus valedores tachados ingnominiosamente de "fachas" y "ultras". Los terroristas eran homenajeados,








 sus víctimas humilladas y escarnecidas, e incluso la clerigallas sanguinaria, los pastores de lobos, les negaban un mísero funeral. Una malhadada ley electoral confería a los secesionistas,







 escasos en número, un gran poder de decisión, y los "gobernantes", con tal de obtener el poder, se postraban ante éstos, humillando a la nación, concediéndoles privilegios y sinecuras, facilitando la consecución de sus objetivos, bajo la complaciente mirada del monarca (hablando se entiende la gente),



mucho más atento al cultivo de sus aficiones cinegéticas que a procurar el bienestar de su pueblo.
Ante el éxito de la banda terrorista del norte, en la región nordeste y en la noroeste surgieron grupos de imitadores, prontamente disueltos por las fuerzas de la ley. Pero eso no molestó a los que los inspiraron, puesto que el trabajo sucio ya lo hacían los del norte y ellos se beneficiaban del terror (unos mueven el árbol y otros recogen las nueces)








Leyes inverosímiles, pensadas por políticos corruptos y avaladas por jueces prevaricadores (siempre atentos a la voz de su amo, y poco preocupados por la defensa de la nación, sus leyes y los derechos de los ciudadanos) consiguieron que la incluso la lengua común fuese proscrita en ciertas regiones del reino, prohibiendo su uso en las escuelas, en la administración y en todo ámbito público, llegando incluso a multar a quien la usara en los rótulos de sus comercios. Todo ello violando la libertad y los derechos de los ciudadanos. El uso de un idioma ya no unía sino que separaba a sus ciudadanos. El esperpento se hizo norma: políticos secesionistas encargaban traducciones de un idioma que dominaban a su lengua local, provocando el despilfarro injustificado de los fondos públicos (el dinero público no es de nadie).

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